



En septiembre de 2025, Medellín vivió una de las ediciones más especiales de su ya emblemática Fiesta del Libro y la Cultura. Con la ciudad celebrando sus 350 años de historia, el evento se convirtió en una invitación a mirar al pasado con orgullo, pero también al futuro con esperanza. Bajo el tema “el mañana”, la fiesta no solo se propuso celebrar la literatura, sino también imaginar nuevos mundos posibles desde la palabra, el arte y la diversidad cultural.
Uno de los grandes aciertos de esta edición fue la elección de Jalisco como ciudad invitada de honor. Desde México, llegó a Medellín una delegación vibrante compuesta por escritores, artistas, cineastas, académicos y representantes del arte popular jalisciense. El intercambio fue más que simbólico: fue una muestra viva de cómo dos territorios pueden encontrarse en la palabra, en la memoria y en la imaginación colectiva. Las voces jaliscienses resonaron en los distintos escenarios de la ciudad, compartiendo con el público colombiano no solo su literatura, sino también su música, su cine, sus sabores y su cosmovisión.
El Jardín Botánico se transformó en un gran escenario cultural, donde miles de visitantes recorrieron pabellones repletos de libros, participaron en charlas con autores de distintos rincones del mundo, y se dejaron llevar por las historias que nacen del encuentro entre generaciones, géneros y territorios. La presencia de Jalisco no fue menor: su pabellón, decorado con colores y símbolos característicos de su identidad, fue uno de los puntos más visitados y celebrados por el público.
Más allá del homenaje a Jalisco, esta Fiesta del Libro también rindió tributo a grandes obras literarias que invitan a soñar. Pedro Páramo, de Juan Rulfo, cumplió 70 años de publicado, y su fantasma poético sobrevoló muchas de las conversaciones en torno a la narrativa latinoamericana y el realismo mágico. A su vez, El Principito tuvo un lugar destacado, con intervenciones artísticas, lecturas en voz alta y actividades para niños inspiradas en la obra de Saint-Exupéry.
La Fiesta fue también una plataforma para el lanzamiento de nuevas voces editoriales, con cientos de títulos presentados durante los diez días de programación. La ciudad se convirtió, como cada año, en un hervidero de ideas, conversaciones, lecturas públicas y descubrimientos literarios. Familias, estudiantes, escritores y lectores se encontraron en los mismos espacios, unidos por una misma pasión: la palabra.
Lo que Medellín vivió en esta edición fue más que un evento cultural. Fue un gesto de confianza en el poder de los libros para construir futuro. La literatura no solo entretiene o educa: también puede unir territorios, tender puentes, sanar memorias y abrir caminos. Jalisco y Medellín lo entendieron así, y por eso su encuentro dejó una huella profunda en quienes asistieron a esta fiesta de letras y sentidos.